El Castillo de San Antón, Breogán y la Borna


Hace ya la tira de años que, en un período de limitación económica eventual postestudiantil, se presentaba un verano anodino, por lo que decidimos aceptar la oferta de una amiga de acogernos en La Coruña durante unos días. De aquellas vacaciones, disfrutadas antes de llegar a la treintena, pocas cosas me quedaron en el recuerdo de una forma tan impactante como la visión de la reconstrucción de una borna que exhibe el Museo Arqueológico e Histórico, ubicado en el Castillo de San Antón.

Vamos por partes. El castillo se construyó en el siglo XVI como uno más de una red de ellos que incluía los de Santa Cruz y San Diego, de los que el último ya no existe porque lamentablemente se demolió en 1963 para ampliar los muelles, mientras que el anterior resiste en la isla de su nombre como sede del Centro de Extensión Universitaria y Divulgación ambiental de Galicia. Así que si uno quería solazarse con sus temas favoritos, ésos que mezclan historia, guerra, arqueología y demás, no tenía más remedio que visitarlo. Y disfrutar, claro, echándole imaginación para visualizar la dramática defensa que hubo en aquel lugar en 1589 contra los ingleses que dirigía Francis Drake.


Ya no presenta el aspecto original porque ni está en un islote en medio de la bahía, como antes (un dique artificial flanqueado por futuristas farolas rojas lo une a tierra), ni permaneció incólume al paso del tiempo y de las reformas posteriores, tanto en el plano poliorcético como en el de otros usos, pues luego fue lazareto para la cuarentena de marineros enfermos e incluso prisión (allí estuvieron encerrados, entre otros, el guerrillero Espoz y Mina, el general liberal Díaz Porlier, el ministro borbónico Macanaz y el célebre marino Malaspina; hasta, dicen, el hombre-lobo Romasanta). El caso es que ahora, decía antes, tras la correspondiente habilitación, se ha reconvertido en museo histórico, uno en el que se hace un repaso desde la prehistoria local hasta la Edad Contemporánea, con atención a determinados episodios como la citada defensa coruñesa ante el inglés, la Batalla de Elviña entre tropas británicas y napoleónicas y lo que decía al principio, la borna.


El Castillo de San Antón (Foto JAF)
Marta demostrando el viejo axioma de que los cañones antiguos invitan a hacer el ganso (Foto JAF)

Como más de uno se estará preguntando qué demonios es eso de borna, vamos a ello. Borna en realidad se escribe con mayúscula porque se trata de un monte asomado a una playa del mismo nombre y situado en la parroquia de Meira, en el concejo de Moaña. En esa elevación, a unos doscientos treinta metros de altitud, hay dos conjuntos de petroglifos (o sea, dibujos hechos sobre rocas mediante incisión) de la Edad del Bronce que la tradición, siempre ingenua pero deliciosa, identificaba con huellas de las herraduras del caballo de San Pedro. Los motivos representados son muy simples, cruciformes y antropomorfos, excepto los del segundo grupo, que presentan forma de U y uno de ellos ha sido interpretado de una manera muy especial.

El petroglifo presuntamente naval de Borna (Foto: Bota de Chaplin en Wikimedia Commons)

Y es que tiene una especie de figuras dentro que han llevado a que se vea en él una especie de embarcación protohistórica. Hablamos de una cronología que se remonta a finales del segundo milenio a.C. y se prolonga, en su última fase, al siglo VII a.C. aproximadamente. En medio, hacia el año 1000 a.C, se sabe que existía comercio atlántico de productos como oro, cobre y estaño entre la región galaica y las Islas Británicas, si bien no está claro si era directo o indirecto (vía cantábrica y gala). También que las leyendas celtas posteriores irlandesas hablaban de un primer origen extrainsular protagonizado por el pueblo megalítico firlborg, procedente de una Tierra de la Muerte geográficamente indeterminada pero que algunos sitúan, con mayor o menor tino, en Galicia.

Un curragh céltico (Wayne Reynolds)
A mediados de los años setenta, un equipo de estudiantes de arqueología, bajo la dirección de su profesor Fernando Alonso Romero, se lanzaron a la siempre fascinante aventura de reconstruir una nave del pasado. La barca de los petroglifos fue el modelo, mientras que la técnica empleada fue la presuntamente empleada por los pueblos prerromanos célticos para sus curraghs, según las crónicas dejadas por autores de la Antigüedad como Posidonio o Estrabón. Los materiales usados fueron los mismos de entonces, precarios: un armazón de mimbre trenzado como un cesto, recubierto de cuero y pieles cosidas entre sí, debidamente engrasadas con sebo y resina para impermeabilizarlas; ni madera ni clavos. Medía cinco metros de eslora por uno y medio de manga, carecía de quilla y por increíble que parezca navegó desde el litoral vigués hasta las Islas Cíes sin problema. La bautizaron Borna por el petroglifo y desde entonces el nombre propio pasó a común para referirse a ese tipo de embarcaciones galaicas y astures.

La Borna fue después donada al Museo Arqueológico y allí se puede ver y tocar. La idea de echarse al Atlántico a bordo de esa cáscara de nuez y tragar millas náuticas rumbo norte hasta Hibernia -bastante más lejos que las Cíes- pondría un nudo en la garganta a cualquiera, aún cuando se hiciera en verano. Años después hubo una segunda nave llamada Breogán, más grande (once metros de eslora por tres de manga y recubierta por veinticinco pieles de bóvido), que recorrió las rías gallegas a vela (la otra sólo iba a remo) emulando también los relatos antiguos, si bien cronológicamente era algo posterior. Por lo visto se pretendía hacer una singladura hasta Irlanda pero la autoridad marítima no lo autorizó por un tecnicismo burocrático. Lamentablemente, el Breogán no se conservó; nadie puso interés en ello y hoy sólo quedan la vela de lino (tenía otra de cuero para vientos fuertes), el timón y el ancla -y eso porque las ratas debieron quedar saciadas con lo demás-.

El Breogán en el mar (Foto: Faro de Vigo)

En fin, la odisea de aquellos protomarinos rebasa cualquier otra consideración... como la de la última interpretación científica del petroglifo, que lo data bastante después del Bronce y ya no lo considera una especie de manual de construcción naval sino un hito para marcar los lindes parroquiales. La prosa se impone a la poesía una vez más.

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