Cita en Venecia con Bartolomeo Colleoni (y II)


En el artículo anterior repasamos someramente la dimensión histórica de Bartolomeo Colleoni, uno de los más célebres condottieros italianos, y vimos que había pasado buena parte de su vida al servicio de Venecia. Dado que otra ciudad, Padua, había dedicado una preciosa estatua ecuestre a un colega y mentor suyo, el famoso Gattamelata, inmortalizado en bronce por Donatello, los venecianos también quisieron homenajear a Colleoni, que había legado a la ciudad parte de su patrimonio al fallecer a cambio de que le erigieran una estatua, y se eligió a Verrocchio para ello.

Andrea di Michele di Francesco de Cioni, alias Verrocchio, fue uno de los maestros indiscutibles del arte del Quattrocento. Era florentino, hijo de un fabricante de azulejos reconvertido en recaudador de impuestos, pero él siguió el camino del arte desde muy joven, empezando como aprendiz de orfebre y, más tarde, ingresando en el taller de Fra Filippo Lippi; incluso hay quien dice que estuvo también en el de Donatello, lo cual hubiera sido bonito por aquello de que ambos hicieron las estatuas ecuestres más señaladas de la escultura renacentista italiana, pero parece que no hay pruebas de ello.

Verrocchio retratado por Vasari

Una lástima porque, en realidad, apenas hay datos sobre esa etapa de juventud salvo que quedó bajo la protección de Lorenzo de Médici y que más adelante, cuando abrió su propio taller, tuvo como aprendices nada menos que a Perugino, Ghirlandaio y el mismísimo Leonardo da Vinci; este último, se dice, fue quien posó para la estatua del joven David que talló su maestro. Cuando recibió el encargo de Venecia dejó su taller florentino a cargo de un ayudante y él marchó a la ciudad de los canales para trabajar in situ. Para entonces era ya un apreciado escultor, entre cuyas obras figuraban el conjunto de Cristo y Santo Tomás del Ornsanmichele y la esfera de cobre dorado que coronaba la cúpula de la Catedral de Florencia, derribada por un rayo en 1601.

La incredulidad de Santo Tomás, en el Orsanmichele florentino (Imagen: Ganimede 1984 en Wikimedia Commons)

Verrocchio no fue elegido a dedo por las autoridades venecianas sino que ganó el concurso convocado ad hoc, en el que se impuso a Bartolomeo Vellano y Alessandro Leopardi. Su modelo, realizado en cera, gustó más que los otros dos (los tres se expusieron públicamente) y en 1483 firmó el correspondiente contrato, aunque éste le endosaba como ayudante a Leopardi, que era veneciano. Dos fueron los modelos en que se inspiró el artista. Uno la estatua ecuestre del emperador romano Marco Aurelio, que en aquella época estaba en el Palacio de Letrán pero que a mediados del siglo XVI se trasladó a la Colina Capitolina. El otro fue la citada estatua de Gattamelata, para la que Donatello había tomado como referencia los caballos de la iglesia veneciana de San Marcos.

Réplica de la estatua ecuestre de Marco Aurelio en la Colina Capitolina (Imagen: JAF)


La estatua ecuestre de Gattamelata (Imagen: Máxima Susana Gómez Lotito en Wikimedia Commons)

Ambas son visiones diferentes, lo que demuestra lo personal que puede llegar a ser una interpretación de un mismo tema. Si la figura de Donatello muestra a un condottiero poderoso pero noble y sereno, la de Verrocchio ofrece una visión distinta, casi opuesta, retratando a un veterano del oficio de las armas, enérgico, duro e implacable. Incluso su montura, de músculos de acero, parece compartir esa tensión con el jinete. Queda alguna duda sobre si Leopardi estuvo a la altura a la hora de cumplir las instrucciones de Verrocchio, ya que éste murió en 1488, antes de que la obra estuviera terminada, pero como fue unánimemente aclamada es una cuestión discutible y menor.

El papa Pío VI bendice el Campo de San Giovanni e Paolo, por Francesco Guardi 

Me acerqué hasta el barrio de Castello con la idea de ver la estatua antes de comer. Dejé atrás la melé de San Marcos y atravesé el laberinto de callejuelas del casco histórico veneciano hasta alcanzar el Campo de San Giovanni e Paolo, abierto ante el río de Mendicanti; una elegante lancha fuera borda se había detenido junto a un pequeño puente de piedra para permitir descender a sus ocupantes, que no sé si venían con la misma intención que yo o sólo tenían como objetivo las agradables terrazas del sitio. Colleoni había pedido que la estatua se colocara en San Marcos pero los dogos, ya con su dinero en el bolsillo, le hicieron una jugarreta: el condottiero se refería a la Plaza de San Marcos, obviamente, pero ellos, aduciendo que allí no se podían poner estatuas, decidieron ubicarla ante la Scuola de San Marcos. Los venecianos siempre fueron un poco fulleros; los españoles de los siglo XVI y XVII podrían dar fe.

La Scuola de San Marcos (Imagen: JAF)

El caso es que la plaza está dominada por la fachada de la iglesia de San Juan y San Pablo, de los dominicos, uno de los muchos ejemplos de gótico veneciano de los siglos XIII-XIV y cuyo interior hace la función de panteón de las glorias locales; allí están enterrados veinticinco de los dogos, además de artistas (los Bellini), militares (Orsini, Giustiniani...) y, curiosidad, la piel del general Marco Antonio Brgadin (le despellejaron los otomanos).

La estatua, al lado de la Iglesia de San Juan y San Pablo (Imagen: Marta BL)

Así, entre los mausoleos del templo, los trampantojos del vecino Ospedale Civile, las palomas de la plaza y las sombrillas de las referidas terrazas cafeteras, descuella, encaramada a un pedestal con columnas jónicas, la silueta del condottiero, con el característico brillo del bronce negro enverdecido por la humedad. Si Gattamelata parece imponer su tranquila autoridad con un gesto de su mano, prolongada por el bastón de mando que sujeta, Colleoni se muestra como un arrogante capitán que exige el cumplimiento inmediato de sus órdenes, enhiesto sobre la silla de montar, rectas las piernas y con el caballo que parece secundarle marcando el paso.

Colleoni, en forma (Imagen: JAF)

¿Será que esa adusta actitud acoquina un poco al visitante y por eso la plaza es relativamente tranquila, a pesar de los parroquianos de los cafés? A lo mejor. Y que siga así.

Foto cabecera: Stefano Bolognini en Wikimedia Commons

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